LUNES DE 20 A 22 hs
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INTERCAMBIOS



Sábado 31 de Octubre

de 6 a 7 pm

por

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Participan de este programa los integrantes del proyecto "VIBRANDO DE LEJOS IV"
Representantes oficiales del Gobierno de la Provincia de Misiones en Capital Federal pertenecientes al Programa "Jóvenes Misioneros en Buenos Aires"

La Casa de Misiones puso en marcha en el año 2007 el Programa de Jóvenes con un enfoque pluralista e integrador.
Conformamos un equipo que nos permite el contacto permanente con la realidad de las chicas/os misioneros que están en Buenos Aires por razones laborales, de estudio o búsqueda de oportunidades en general.
Trabajamos sistemáticamente sobre sus inquietudes, reforzamos los vínculos institucionales en Misiones, y organizamos una red que posibilita ser los representantes de la población joven en Buenos Aires, para canalizar los programas y proyectos que, por su sentido de pertenencia e identidad favorecen el crecimiento sostenido de nuestra Provincia.
En este proyecto alentamos a la integración social y cultural, ya que se apunta a la interacción de jóvenes residentes en Misiones y Buenos Aires, sin olvidar nuestros principios y raíces.

Luis Felipe Noé, artista del caos.

Cruce. Líneas, imágenes y colores atraviesan la dinastía de las formas estáticas e inamovibles para deambular libremente por la tela, el papel o la madera. En la obra de Luis Felipe Noé una poética del caos defiende su presencia fugaz, su movimiento continúo entre lo figurativo y lo abstracto.
De mirada pensativa y rostro expectante, Yuyo Noé (como lo llaman sus amigos) nació en Buenos Aires en el año 1933. De niño, jugaba a descubrir las imágenes escondidas en las manchas de los azulejos y los mármoles del hall de su casa, así como disfrutaba de las biografías de los grandes pintores. Entre los años 1950-52, comienza su recorrido artístico en el taller de Horacio Butler, un maestro de inspiración poscubista que cansado de las críticas y replanteos de su inquieto alumno terminó por decirle que no tenía más nada que enseñarle. Cuando abandona sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho, hacia 1955, ya ha decidido entregarse a la pintura. Paralelamente, ingresa en el periodismo y ejerce la crítica de arte en el diario El Mundo.
En 1959, L. F. Noé realiza su primera exposición individual, en plena explosión del informalismo, cuyos artistas se revelan frente a las corrientes constructivistas y formalistas dejándose llevar por sus impulsos y elaborando sus composiciones sin importar el orden de los elementos. Ajeno al movimiento, Noé busca no revelarse sino lograr una síntesis superadora que desarme la oposición entre lo figurativo y lo abstracto.
Valiéndose de la experiencia histórica argentina realiza y expone en 1961 una docena de obras que integran la Serie Federal. Evoca el contexto político del federalismo, la enunciación del pueblo, el horror y la sangre a través de la mancha, la armonía de colores (rojo, negro y marrón predominan en los lienzos) y, por supuesto, un libre encauzamiento de sus planteos estéticos en su tentativa de hallar una unidad de atmósfera.
A los pocos meses, bajo el título de “Nueva Figuración” presenta junto a Rómulo Macció, Ernesto Deira y Jorge De La Vega las obras más representativas del naciente movimiento. La posición de ruptura y el desafío de superar los términos figuración y abstracción se concentra en la visión del caos como valor que anuncia Noé en el catalogo de la muestra en la Galeria Peuser. Una asunción del caos que coloca al hombre en la apuesta de razonar, desde su posición histórica y social, las estructuras que se están generando en un mundo en cambio permanente. O, según Nietzsche, “el carácter del conjunto del mundo es por toda la eternidad el del caos, en razón no de la ausencia de necesidad, sino de la ausencia de orden.”
Viaja a Europa con De La Vega, descubre y piensa las nociones de “cuadro dividido” (las oposiciones se dan sobre el plano de una tela única y el uso de la técnica del collage), “visión quebrada” (descomposición del todo en múltiples situaciones, instalaciones de bastidores saliéndose de las telas y ambos extendiéndose de las paredes al techo y al piso) y “asunción del caos” que irá desarrollando en su pintura. En 1965, Luis Felipe Noé publica su libro “Antiestética” (Ediciones Van Riel, 1965), donde transforma al caos en estructura y, se realiza la última exposición conjunta del grupo neofigurativo en la Galeria Bonino.
Nueva York era, a mediados de los años sesenta, un centro de creatividad (nacía el pop art) con clima de agitación (guerra de Vietnam). Convivían el hippismo, la liberación sexual y de las costumbres, los poemas de Ginsberg, el legado de la generación beatnik y la creciente masividad del rock and roll. Noé eligió ese clima y ese lugar para instalarse con su familia por tres años. Destruye sus instalaciones, por considerarlas complejas e invendibles, y obras de ese período como La esperanza de un pintor (1964), Así es la vida, señorita (1965) y El ser nacional (1965) tirándolas a las aguas del río Hudson. La falta de límites hizo que sea, según sus palabras, la pintura quién lo deje a él. Por nueve años no pinta. Experimenta con espejos plano-cóncavos donde todos los elementos de la realidad se dispersan y, además, realiza grabados con elementos espejados.
De regreso en Buenos Aires, abre con amigos un bar, publica dos libros más (“Una sociedad colonial avanzada”, 1971 y “Recontrapoder”, 1974) y enseña dibujo y pintura. Durante las sesiones de terapia psicológica con el doctor Gilberto Simoes, dibuja. El lenguaje de la línea, las vibraciones entre colores, la línea y el plano que enseñaba en su taller, las preguntas de sus alumnos y los mitos personales creados en la terapia fueron disparadores de su vuelta a la pintura, en el año 1975, con la serie La Naturaleza y los mitos. El prologo de la muestra se llamaba “Por qué pinte lo que pinté, no pinté lo que no pinté, y pinto lo que ahora pinto”. Sucesivamente, expone la serie Conquista y violación de la naturaleza.
Entre 1976 y 1987, reside en París y continúa exponiendo regularmente en Buenos Aires. Dibujos, reemplazo de la línea por la mancha, y una nueva dimensión del caos poético, más centrada en la problemática latinoamericana, caracterizan esta etapa. Ya en la argentina, presenta en la Galeria Klemm la serie titulada Jeroglíficos encontrados en las cavernas de Buenos Aires (1992), obras acompañadas de grandes ampliaciones de dibujos; exhibe una instalación (luego de 28 años) en el Museo Nacional de Bellas Artes denominada Instauración institucional (1994), en referencia a la reforma constitucional de Menem; y realiza la exposición Errores, omisiones y otras desprolijidades (1997) en el Centro Cultural Borges y en la Galería Rubbers, donde continúa exponiendo en la actualidad.
Obra que se reinventa, expresión que se renueva, la pintura de Noé no ha parado de crecer en los últimos diez años. Al espectador le toca recrear, mirar, establecer el contacto que el artista abre con un fino y perspicaz arte de comunicar. Generalmente, el nombre del cuadro aparece en las telas o en los papeles. Evidencia de otro lenguaje, las palabras se cuelan en las obras y hacen presente lo decible, lo enunciable. No me den noticias, Una historia más, A la espera, ¿Cómo ocurren las cosas?, son algunos de los nombres de sus obras más recientes, incluidas en la exposición ¿Noemas o noesis? (2008) Propias de un universo caótico las imágenes parten de lo real (figurativo), se pierden, se rompen, se difuminan en un relato distorsionado, movido, ardiente, pleno de rojos que exaltan la pasión, luces y líneas colores fluor que intensifican la fuerza de la figura en el plano (Hombre perdido en el paisaje), para que el recorrido del espectador se convierta en un viaje de experiencia.

CAOS


Sábado 17 de octubre


Entrevista Exclusiva


LUIS FELIPE NOÉ

(Artista)


por


Por la ley de medios

Los abajo firmantes apoyamos la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual porque entendemos que la actual concentración de medios de comunicación en manos de monopolios privados cercena el derecho a la información de nuestra sociedad, avasallando una de las conquistas más importantes y colectivas de la democracia, como es la libertad de expresión, en nombre de la defensa de sus intereses particulares. También entendemos que los binarismos no sirven para llevar adelante un debate productivo sobre esta ley fundamental, porque es una ley que trascenderá a los mismos actores en disputa. Ni el Gobierno ni la oposición ni las empresas monopólicas tienen las mismas responsabilidades, frente a una creciente demanda social de reforma del sistema de medios audiovisuales.

Porque más allá del contexto en que el debate se produce -originado en parte por los intereses que afecta el proyecto de ley- es inaceptable que la comunicación audiovisual siga regulada por una ley que, impuesta bajo la dictadura, cuenta hoy entre sus defensores a entidades como ARPA y ATA, que en ese momento eran parte de la autoridad de aplicación, y que hoy se envanecen en nombre de "la libertad". Porque es necesario incorporar la mayor cantidad de gente posible, a través de organizaciones intermedias, a la gestión de los medios y de sus contenidos, y que el Estado garantice una mayor pluralidad, a través de los canales institucionales amparados en la Constitución Nacional y no por intermedio de los intereses económicos de los particulares que, en nombre de la libertad de expresión, aprovechan su desregulada participación en el mercado para manipular la información a los fines de preservar su poder económico y político.

En ese sentido, entendemos al proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual como una oportunidad histórica de fortalecer la democracia, tanto en lo que respecta a sus instituciones como a las posibilidades de participación. Desmonopolizar mejora la calidad de vida democrática porque impide que un solo actor determine la agenda de la conversación pública liberando también a los trabajadores de esos medios monopólicos de las garras de un solo patrón. A su vez no hay democracia posible si los poderes que de ella surgen no garantizan una pluralidad de voces real, que dé cuenta de la polifonía de una sociedad que requiere de la participación de todos sus actores. Libertad de expresión entendida como participación pública de toda la sociedad, de un Estado que la garantiza, y no como construcción comunicacional de los negocios y acuerdos que se hacen puertas adentro. Una ley que garantiza mayor transparencia en la producción y circulación de contenidos, que la ley que nos legó la dictadura y aún hoy sufrimos.

Esta Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual será una Ley de la Democracia, fruto de dos décadas de debates, celebrados en foros, universidades nacionales y entidades de bien público que entienden al derecho a la información libre, plural e independiente como un paso más en la mejora de la calidad institucional y política de una sociedad. A 26 años del fin de la dictadura cívico-militar, se impone la necesidad de revalorizar la libertad de expresión en nombre de los intereses colectivos. Una ley que abra la posibilidad de convertir a la información en un bien público y no en un negocio que ha demostrado responder no sólo a la remanida libertad de empresa, sino a la imposición de políticas y agendas propias de un totalitarismo de mercado que se sustenta en la desinformación y la manipulación de un derecho adquirido por la sociedad en su conjunto.

Quienes suscriban pueden subirla a su blog o espacio en Facebook y agregar la firma al pie.

Santiago Álvarez – Karina Arellano – Martín Armada – Mario Arteca – Lucía Bianco – Eduardo Blaustein – Leopoldo Brizuela – Sonia Budassi – Romina Calderaro – Mariano Canal – Alejandro Caravario – Fabián Casas – Natalia Castex – Pablo Chacón – Enrique Colombano – María del Carmen Colombo – Paulina Cossi – Juan Desiderio – Lucía De Gennaro – Cecilia Di Genaro – Facundo Di Genova – Cecilia Di Gioia – Gabriel Di Meglio – Cecilia Díaz – Magdalena Diehl – Santiago Diehl – Mariano Dios – Ricardo Dios – Elsa Drucaroff – Patricio Erb – Mariana Enriquez – Wally Farías – Andrés Fidanza – Horacio Fiebelkorn – Daniel Freidemberg – Romina Freschi – Martín Gambarotta – Griselda García – Alicia Genovese – Hernán Gerschuny – Nancy Giampaolo – Ernesto Golomb – Eva Grinstein – Mercedes Halfon – Mariano Hamilton – Ezequiel Hara Duck – Sebastián Hernaiz – Alejandro Horowicz – Claudio Iglesias – Juan Diego Incardona – Alfredo Jaramillo – Jorge Jaskilioff – Gerardo Jorge – Pablo Katchadjian – Violeta Kesselman – Marina Kogan – Katza Kumik – Ángela Lerena – Alejandro Lingenti – Joaquín Linne – Pablo Llonto – Gustavo López – Marina Mariasch – Fabián Mauri – Mariano Melamed – Alejandro Méndez – Sebastián Mignogna – Ignacio Molina – Sebastián Morfes – Clara Muschietti – Carlos Musfeldt – Fernanda Nicolini – Martina Noailles – Adrián Paenza – Daniel Pasik – Luciana Peker – Fernanda Pérez Bodria – Javiera Pérez Salerno – Paula Peyseré – Federico Piedras – Adela Ponce de León – Sol Prieto – Sergio Raimondi – Damián Ríos – Ana Laura Rivara – Martín Rodríguez – María Laura Romano – Carlos Romero – Javier Romero – Alejandro Rubio – Diego Sánchez – Esteban Schmidt – Federico Scigliano – Sebastián Scigliano – Alejandro Sehtman – Damián Selci – Mónica Sifrim – Juan Terranova – Natalia Vaccarezza – Hernán Vanoli – Diego Vecino – Noelia Vera – Franco Vitali – Gabriela Vulcano – Alejandro Wall – Ana Wortman – Marina Yuszczuk – Pablo Zarfati – Claudio Zeiger – María Esperanza Casullo - Juan Pablo Mansilla - Juan Ignacio Zaccagnino - Lorena Alfonso

HUELLAS

Sábado 12 de Septiembre

(Poeta)


por

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se ama ese vaivén esa síntesis
de pertenecer y no
a una casa a un animal a un accidente
se ama esa manera de huir
dinamitarse el corpiño
recuperar añicos de pezones en la lluvia

Del libro “la carta de vermeer”

(Editorial Alción, 2002)

CIUDAD CAPITAL


Sábado 5 de Septiembre

De 6 a 7 pm (arg)


INVITADO ESPECIAL


AUGUSTO GONZÁLEZ POLO

CINEASTA

Presenta su película "CAPITAL (Todo el mundo va a Buenos Aires)"

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AZAR

Sábado 1º de Agosto

Entrevista Exclusiva


PEDRO ROTH
(Artista)

por

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VENECIA

Sábado 25 de Julio



INVITADO ESPECIAL


ENRIQUE MITJANS

Representante de Galeria Rubbers

Nos cuenta su experiencia en la Bienal de Venecia

ROBOS


Sábado 18 de Julio

de 6 a 7 pm

por

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PROXIMAMENTE

TE PODRÁS BAJAR LAS ENTREVISTAS
Y LA MÚSICA DEL PROGRAMA

Prólogo - El oficio de sobrevivir por M. Damiani

Números

El arte de prologar libros ajenos sólo consiste en una simple cuestión: Saber mentir. Por eso siempre supe que sería un gran prologuista. Sin embargo, ahora que he decidido dar un vuelco a mi vida y surcar los tortuosos y para mí vírgenes senderos de la verdad, francamente, estoy más que preocupado: La verdad puede ser muy aburrida.
Ahora bien, la razón principal de mi cambio de rumbo vital es que hay varios hechos de público desconocimiento que me siento en la obligación moral de aclarar.
Luego de los malentendidos inherentes a mi génesis en este oficio ingrato que es el de alabar libros extraños, como muchos no saben, he tenido que huir tanto de admiradoras como de enemigos. No diré nada de las primeras, porque su acoso es entendible, pero nada quiero callar sobre los segundos. Estos, liderados por ese sofista profesional que se esconde tras el seudónimo inverosímil de L.A. Peter, no sólo han fundado una nueva Secta Anti-Moon, sino que también se han dedicado a perseguirme con acusaciones y amenazas de todo tipo.
La acusación más recurrente, como no podía ser de otra forma, es la de que toda mi obra es puro plagio. No la refutaré por la sencilla razón que nadie desconoce que la Secta Anti-Moon no sólo no tiene ideas originales ni propias, sino ni siquiera un nombre propio original.
La amenaza más común, por otra parte, también es la más obvia: Matarme. He oído, además, varias versiones sobre las formas en las que piensan deshacerse de mi cuerpo. ¿No podrían ser un poco, me gustaría preguntarles, aunque tan sólo sea un poco más originales? ¿O es que quieren que yo los acuse a ustedes de plagio y así entrar a la historia de la literatura por la puerta grande? No, muchachos, no les voy a dar con el gusto –aunque entiendo que vean la posibilidad de asesinarme como una de las bellas artes: Sepan que tampoco en esto son los primeros.
Pero mucho más dolorosa que todas las amenazas y persecuciones del mundo es la deslealtad de un amigo. El Gato, no puedo dejar de hacerlo público, me ha traicionado. No quiero entrar en detalles escabrosos que sólo harán sangrar más mi herida. Sin embargo, tampoco está de más señalar que la traición tiene la forma de un libro publicado con seudónimo. Este intento de hacerme desaparecer de la faz de las letras es mucho peor que la muerte. De cualquier forma, su felina maniobra no ha podido evitar la escritura de mi tercer prólogo, Levítico, cuya aparición demoraré hasta la publicación de mis obras completas.
En este punto, creo sinceramente, ya no debería pedir perdón por la tristeza, ni siquiera por el dolor, sino por la alegría, y por supuesto, también, por la digresión. Es decir, por la alegría de mi digresión. Digresión, por cierto, cuyo último propósito no es otro que demorar la presentación de la nueva epístola del Gato –a quien sigo siendo fiel a pesar de su triste traición.
Acá, por suerte para todos, ha decidido abandonar las elucubraciones metafísicas y por fin ha bajado a la tierra –aunque todavía no ha llegado bajo tierra, donde yace la última verdad. El Gato y yo, noto y anoto antes que nada, por lo visto vamos en direcciones opuestas. Mientras que antes él meditaba sobre el sentido de la vida y yo ejercía el oficio de vivir, ahora es exactamente al revés. ¿Será que vamos en direcciones opuestas porque no queremos cruzarnos? ¿O será que sólo queremos encontrarnos en las coordenadas espacio–temporales de la literatura? Siempre separados por algunas páginas, por supuesto: Yo primero, como debe ser, y recién después él.
Hoy en día ya nadie puede sostener que una novela es un espejo que paseamos frente al camino, entre muchas otras razones, porque es harto evidente que nuestra vida ya no está gobernada por las imágenes, sino por los números. El Gato, consciente de esta paradoja posmoderna que nos muestra todo para ocultarnos su significado, ha cifrado en este libro la esencia de dicho problema. Pero no estoy aquí para cuestionar su decisión, sino su método.
¿Es posible que el Gato crea que alguien, a esta altura del partido, no sepa que en Kadang, Indonesia, los números impares representan la vida y los pares la muerte? ¿Es posible que piense que a alguien se le escapa que la Cábala sostiene que los números pares aluden a lo femenino y los impares a lo masculino? ¿Es posible que crea que va a engañar a alguien con esta proto–parodia de alegoría pitagórico–medieval sobre el destino de nuestra suerte?
Me arriesgo a aventurar, no obstante, que a pesar de lo antedicho, el sentido último de este texto permanecerá en la oscuridad por mucho tiempo. No seré yo, lamento puntualizar, el que lo devele –aunque no sería muy errado señalar que soy el único poseedor del mismo. Sé que en el futuro me acusarán de vanagloria y de vacuidad por haber dicho esto. Argüirán que yo creía estar en la cima del conocimiento cuando en realidad estaba bajo tierra.
Pero no es así, Señores, de ninguna manera: Sé perfectamente que no estoy en la cima, sino en La Cumbre. Y desde esta posición privilegiada he visto los destellos de la obra que el creador siempre trató de silenciar, un descubrimiento que el mismo mundo niega como también quiso acallar mi voz al asesinarme. Y ahora que he muerto, mientras pienso si vale la pena resucitar por esta raza abyecta, lamento comunicarles que el universo tendrá que soportar mi omnipresencia.
El resto, por supuesto, es pura interpretación.

Alan Moon

TRAMA

Sábado 4 de Julio

Entrevista Exclusiva

JORGE GONZÁLEZ PERRIN
(Artista)


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DERIVA

Sábado 27 de Junio

Entrevista Exclusiva

ERNESTO PESCE
(Artista)



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Manifiesto Futurista

Carlo Carrá - Mujer en el Balcón


Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía.

La literatura exaltó, hasta hoy, la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de corrida, el salto mortal, el cachetazo y el puñetazo.

Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia.

Queremos ensalzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la tierra, lanzada también ella a la carrera, sobre el circuito de su órbita.

Es necesario que el poeta se prodigue, con ardor, boato y liberalidad, para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.

No existe belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra maestra. La poesía debe ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para forzarlas a postrarse ante el hombre.

¡Nos encontramos sobre el promontorio más elevado de los siglos!... ¿Porqué deberíamos cuidarnos las espaldas, si queremos derribar las misteriosas puertas de lo imposible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos ya en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer.

Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria.

Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas, cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos, cuya hélice flamea al viento como una bandera y parece aplaudir sobre una masa entusiasta. Es desde Italia que lanzamos al mundo este nuestro manifiesto de violencia arrolladora e incendiaria con el cual fundamos hoy el FUTURISMO porque queremos liberar a este país de su fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios. Ya por demasiado tiempo Italia ha sido un mercado de ropavejeros. Nosotros queremos liberarla de los innumerables museos que la cubren por completo de cementerios.

"El Otro" - Jorge Luis Borges

El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Álvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Álvaro. La reconocí con horror. Me le acerqué y le dije:

-Señor, ¿usted es oriental o argentino?


-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.

Hubo un silencio largo. Le pregunté:

-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa? Me contestó que si.

-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.

-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana. Al cabo de un tiempo insistió:

-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.

Yo le contesté:

-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.

-Dufour -corrigió.

-Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?

-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.

La objeción era justa. Le contesté:

-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.

-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.

Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:

-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?

Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:

-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejia; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?

-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.

Vaciló y me dijo:

-¿Y usted?

No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros. Cambié. Cambié de tono y proseguí:

-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.

Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le pregunté qué era.

-Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski -me replicó no sin vanidad.

-Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?

No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.

-El maestro ruso -dictaminó- ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma eslava.

Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado.

Le pregunté qué otros volúmenes del maestro había recorrido. Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.

Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el examen de la obra completa.

-La verdad es que no -me respondió con cierta sorpresa. Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos.

-¿Por qué no? -le dije-. Podes alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.

Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos lo hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los oprimidos y parias.

-Tu masa de oprimidos y de parias -le contesté- no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o de Cambridge, somos tal vez la prueba.

Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.

Casi no me escuchaba. De pronto dijo:

-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?

No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción: -Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.

Aventuró una tímida pregunta:

-¿Cómo anda su memoria?

Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:

-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.

Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.

Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.

Una brusca idea se me ocurrió.

-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estás soñando conmigo.

Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde. Lentamente entoné la famosa línea:

L'byre - univers tordant son corps écaillé d'astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.

-Es verdad -balbuceó-. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.

Hugo nos había unido.

Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.

-Si Whitman la ha cantado -observé- es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.

Se quedó mirándome.

-Usted no lo conoce -exclamó-. Whitman es capaz de mentir. Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.

Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el dialogo. Cada uno de los dos era el remedo caricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy. De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo.

-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?

-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile.

-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.

Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros.

Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.

-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)

-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados. No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.

Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.

Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.

Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios. Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.

-¿A buscarlo? -me interrogó.

-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.

Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido.

He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.

El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.

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Sábado 20 de marzo
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