El "Lenguaje de las flores" es uno de los textos de Georges Bataille, incluido en La conjuración sagrada: ensayos 1929-1939; que, de alguna manera, nos motivó a re-pensar la fórmula mágica que va desde recibir flores a ser feliz por tal cosa. Bataille nos alerta sobre los riesgos de sustituir formas naturales por abstracciones y su reducción en una extraña puesta en escena.
Estimados oyentes y lectores, llegamos a los 150 programas en CicloP-Radio y por eso recibimos FLORES. Gran excusa para traer a Bataille a nuestro Punto de Fuga y evocar (un extracto de) su lenguaje:
Es vano
considerar en el aspecto de las cosas únicamente los signos inteligibles que
permiten distinguir elementos diversos. Lo que afecta a los ojos humanos no
determina solamente el conocimiento de las relaciones entre los diferentes
objetos, sino también cierto estado mental decisivo e inexplicable. De modo que
la visión de una flor denota, es verdad, la presencia de esa parte definida de
una planta; pero es imposible detenerse en ese resultado superficial: en
efecto, la visión de la flor provoca en la mente reacciones de consecuencias
mucho mayores debido a que expresa una oscura decisión de la naturaleza
vegetal. Lo que revelan la configuración y el color de la corola, lo que
descubren las máculas del polen o la lozanía del pistilo, sin duda no puede ser
expresado adecuadamente por medio del lenguaje; sin embargo, es inútil
desatender, como generalmente se hace, esa inexpresable presencia real y
rechazar como un absurdo pueril ciertas tentativas de interpretación simbólica.
Que la
mayoría de las yuxtaposiciones del lenguaje de las flores tienen un carácter
fortuito y superficial es algo que se podría prever aun antes de consultar la
lista tradicional.
Si el
diente de león significa expansión, el narciso egoísmo o el ajenjo amargura,
vemos la razón con demasiada facilidad. Obviamente no se trata de una
adivinación del sentido secreto de las flores, y de inmediato discernimos la
propiedad bien conocida o la leyenda que se debió utilizar. Por otro lado, en
vano buscaríamos aproximaciones que manifiesten de una manera contundente la
inteligencia oscura de las cosas que estamos considerando. Poco importa, en
suma, que la aguileña sea el emblema de la tristeza, el dragón de los deseos,
el nenúfar de la indiferencia... Parece oportuno reconocer que esas aproximaciones
pueden ser renovadas a voluntad, y basta con reservar una importancia
primordial a interpretaciones mucho más simples: como las que vinculan la rosa
y el euforbio con el amor. Sin duda, no es que esas dos flores exclusivamente
puedan designar el amor humano: aun si hay una correspondencia más exacta (como
cuando se le hace decir al euforbio esta frase: "Usted ha despertado mi
corazón", tan conmovedora, expresada por una flor tan equívoca), es a la
flor en general, antes que a tal o cual de las flores, a la que se ha intentado
atribuir el raro privilegio de declarar la presencia del amor.
Pero tal
interpretación corre el riesgo de parecer poco sorprendente: en efecto, el amor
puede ser considerado desde el principio como la función natural de la flor. De
modo que la simbolización se debería también en este caso a una propiedad
precisa, no al aspecto que afecta oscuramente la sensibilidad humana. No
tendría entonces sino un valor puramente subjetivo. Los hombres habrían
relacionado la eclosión de las flores y sus sentimientos debido a que en ambos
casos se trata de fenómenos que preceden a la fecundación. El papel otorgado a
los símbolos en las interpretaciones psicoanalíticas co-rroboraría además una
explicación de ese orden. En efecto, casi siempre es una relación accidental lo
que da cuenta del origen de las sustituciones en los sueños. Es bastante
conocido, entre otros, el sentido dado a los objetos según sean puntiagudos o
huecos.
Continúa...