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Introducción a "Una temporada en el infierno" (Arthur Rimbaud, 1873)

En otro tiempo, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y en el que se derramaban todos los vinos.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Me he armado contra la justicia.
Me fugué. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio! Fue a vosotros que confié mi tesoro.
Conseguí desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre cualquier alegría, para estrangularla, dí el salto sordo de la bestia fiera.
Llamé a los verdugos para que, al parecer, pudiese morder la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas, para sofocarme con sangre, con arena. El infortunio fue mi dios. Me he tendido en el cieno. Me he secado en la ráfaga del crimen. Le he gastado buenas chanzas a la locura.
Y la primavera me trajo la risa horripilante del idiota.
Luego, últimamente, cuando me he visto a punto de lanzar mi postrer bufido, se me ocurrió buscar la llave del festín antiguo para ver si, con ella, recobraba el apetito.
Esa llave es la caridad. ¡Y tal inspiración demuestra que he soñado!
"Tú seguirás siendo una hiena, etc..." declara el demonio que me coronó con tan amables adormideras. "Llega a la muerte con todos tus apetitos, con tu egoísmo y con todos tus pecados capitales".
¡Ah! ya aguanté lo mío:
- Pero, querido Satán, os conjuro; ¡miradme con ojos menos irritados! Y, aguardando las pequeñas cobardías en demora, para vos que apreciaís en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, voy a destacar algunas odiosas hojas de mi carnet de condenado.